L’article a guiarepsol.com 28/12/2016
Visitar Canfranc en estas fechas es viajar al pasado mientras se disfruta del agreste paisaje pirenaico en todo su esplendor, de su gastronomía y de sus tradiciones. Un plan alternativo o complementario al esquí, que nos ofrece un recorrido por la belleza y la historia de estos infranqueables muros nevados que rondan los 3.000 metros y que incomunican a España y Francia en la travesía central, sin duda la más salvaje del Pirineo.
La Estación Internacional de Canfranc, último vestigio de la conexión de Aragón con Francia a través del Pirineo aragonés, alberga en su interior, hoy reabierta al turista, sueños, misterios, historias de contrabando y espías. Por ella pasaban los judíos que huían de los alemanes en la segunda guerra mundial y en sus vagones viajaba el oro procedente del expolio nazi o el wolframio español.
La estación, convertida en catedral ferroviaria, ofrece un espectáculo de luces y sonido que nos traslada un siglo atrás. Una megalómana obra de ingeniería de hierro y cristal que recuerda al Titanic por su envergadura, su época, por su punto romántico y su trágico final. Es también un punto de partida desde donde descubrir rincones, gentes y tradiciones de unos pueblos pirenaicos que aún conservan el encanto de la vida de antaño. Todo ello, acompañado de una magnífica oferta hotelera y gastronómica, hará que a buen seguro el visitante, repita su estancia.
Un camino traqueteante
Podemos comenzar el viaje ya en Zaragoza. El viejo tren regional conocido como ‘El Canfranero’ sigue funcionando. Es el último vestigio de la conexión de Aragón con Francia a través de los Pirineos. Un interesante viaje en tren para realizar con niños y en familia, una oportunidad única de disfrutar de uno de los más maravillosos paisajes pirenaicos entre túneles y viaductos. Su velocidad, no más de 50 kilómetros por hora y el intenso olor a gasoil en la cabina de pasajeros hacen que retrocedamos fácilmente hasta los años sesenta.
Hasta la llegada del AVE unía Canfranc con Madrid a diario. En la actualidad parte de la capital aragonesa y atraviesa dos comarcas – el Alto Gállego y la Jacetania – hasta llegar a Canfranc. Las tres horas y 48 minutos del viaje se hacen cortas si nos olvidamos del tiempo y nos sumergimos en la tranquilidad y por qué no, en la incomodidad y el glamour de los trenes de antaño. Los impresionantes Mallos de Riglos y el Viaducto de Cenarbe son dos de las bellezas, una natural y otra de ingeniería civil, que admiraremos desde el tren. Dentro del vagón, ya no es el paisaje, sino el paisanaje que nos acompaña el que nos informa hacia dónde nos dirigimos: alpinistas y esquiadores con sus esquís al hombro y esas pesadas botas para disfrutar del deporte blanco.[…]